LAS HACIENDAS HENEQUENERAS DE YUCATÁN
Las haciendas henequeneras fueron hace tan sólo un siglo la base de la economía yucateca (incluso en gran parte de la Península de Yucatán se ven algunas, en nuestro municipio por ejemplo) es símbolo de la grandeza y esplendor de una época, se encuentran, hoy en día, condenadas a convertirse en escombros, víctimas del abandono y la falta de mantenimiento. Afortunadamente, algunos cascos han sido recientemente adquiridos para restaurarlos y convertirlos en casas de campo, salones de fiestas, hoteles y modernas residencias.
Cuando recorremos Yucatán, las altas chimeneas de piedra de las viejas haciendas henequeneras nos sirven de faros (Caso de la ex-hacienda Dziuché, camino a Hoctún) |
Estas haciendas que llegaron a poseer grandes hectáreas y que trajeron a México millones de dólares y generaron enormes beneficios y colosales fortunas, eran auténticas ciudades de las que nunca se salía y en las que incluso circulaba una moneda propia, con la efigie de la hacienda acuñada en ella.
Pero la historia de las haciendas yucatecas está estrechamente ligada a un cultivo específico:
el henequén (Agave fourcroydes lemaire). Originario del área oriental de la península de Yucatán, es una planta de zonas áridas de la familia de las agaváceas, de hojas lanceoladas, angostas, rígidas, planas y grisáceas que miden de 8 a 12 cm de ancho y de 1.25 a 2.50 m de largo, con una espina terminal oscura y dientes o espinas marginales triangulares en todo el borde. Estas hojas se hallan dispuestas alrededor de un tronco que mide de 2 a 3 m de diámetro y hasta 2 m de altura.
La planta vive alrededor de veinticinco años y, durante los siete primeros, está en etapa de desarrollo, a partir de la cual y durante quince años más, brinda generosa sus mayores pencas para que de ellas se extraiga la fibra. A un lado de la mata nacen sus vástagos, que aseguran la preservación del agave; y del centro de las pencas surge el varajón, que florece justo cuando anuncia su muerte.
El soskil
(nombre maya de la fibra del henequén -sisal-) fue, hasta el siglo XIX, un producto de poca importancia económica y su producción era muy inferior a la del maíz, la caña de azúcar o el algodón. Los mayas y sus descendientes, al igual que lo habían hecho durante la época prehispánica y la etapa colonial, usaban la fibra para la elaboración de hamacas, cuerdas, calabrotes, sacos, bolsas y prendas de vestir; y la planta viva para formar cercas de protección alrededor de las casas.El henequén (Agave fourcroydes lemaire). Originario del área oriental de la península de Yucatán |
El auge económico del henequén es relativamente reciente, pues es a partir de la guerra de castas en 1850 que comenzó su explotación en gran escala. Al extenderse la guerra, acabó con la economía agrícola de la región, mientras que los estadounidenses entendieron la importancia de la resistente fibra vegetal y aportaron el financiamiento necesario para que el cultivo del agave pudiera desarrollarse.
Desde esa época y a medida que iba en aumento la demanda de los países importadores (Estados Unidos, Francia e Inglaterra), en todas las haciendas se empezó a sembrar el henequén en grandes cantidades.
Esta planta adquiriría todavía mayor importancia al inventarse la raspadora mecánica que venía a sustituir a la desfibradora manual, con lo que aumentó velozmente la productividad. Más adelante, la explotación tendría un nuevo impulso con el invento de la máquina engavilladora, que era capaz de consumir grandes cantidades de fibra vegetal.
A pesar de su rápido crecimiento, Yucatán -con 400 mil ha sembradas- era el único productor de henequén y no lograba cubrir la demanda mundial, lo que propició una vertiginosa alza de precios que en pocos años enriqueció a los hacendados; así, esta fibra pasó a ser conocida como “el oro verde”.
A partir de 1920 empezó el declive de la industria henequenera mexicana, ya que en ese entonces se comenzó a exportar fibra desde Brasil, Cuba, Haití y principalmente Kenia y Tanganica. Además, la Revolución mexicana y la reforma agraria dividieron esas inmensas plantaciones entre los campesinos, con lo que la producción del henequén decayó. El golpe final fue provocado, a finales de los años sesenta, por el desplome de los precios y su desplazamiento por la industria petroquímica.
Hoy en día, cuando recorremos Yucatán, las altas chimeneas de piedra de las viejas haciendas henequeneras nos sirven de faros y nos guían hasta sus cascos, donde podemos contemplar la arquitectura amplia y sólida de sus edificios, con sus corredores, ventanales, salones y pasillos, sus pequeñas y coloridas capillas, sus enormes dominios y sus majestuosos portones. Visitándolas, resulta fácil viajar al pasado y evocar los días en que las haciendas fueron el centro de un imperio, y en sus salas de máquinas las desfibradoras no paraban de trabajar.
El trabajo en estas haciendas era todo un proceso:
las pencas, cortadas y atadas por los trabajadores, se transportaban hasta la sala de máquinas. Aquí, con elevadores y bandas conductoras se llevaban alineadas las hojas del henequén hasta la máquina desfibradora. Por un lado caía la fibra húmeda sobre las plataformas que luego eran conducidas a los tendederos y por el otro caía el bagazo (con el llamado jugo del henequén) sobre los vagones, para ser transportado por rieles fuera de las instalaciones.Una vez secada la fibra se recogía sobre las plataformas, se peinaba en una máquina cepilladora y se prensaba para elaborar las pacas que se transportaban hasta la bodega de embarque. Este proceso, que se sigue realizando en la actualidad igual que antaño, aún es posible contemplarlo en unas pocas haciendas, pues la mayoría de ellas han sido abandonadas y sus máquinas ya no funcionan.
En X-canchakán (en Tecoh) podemos ver funcionando la vieja desfibradora (ahora adaptada para trabajar con un motor diesel en lugar de máquina de vapor), que se encuentra dentro de una sólida construcción dividida por una especie de tapanco, por el que se comunican escalinatas de madera, depósitos, bandas y enormes engranajes; en la atmósfera se respira un penetrante olor causado por los desechos de la fibra ya fermentada.
"Las Ruinas de Aké, Tixkokob opera de forma regular, éste es movida por una parte con electricidad, al igual como la de Sahcabá."
Siguiendo la vía por donde los vagones transportan el filamento, encontramos una gran extensión de tierra: es el campo de secado; allí las madejas de fibra se acomodan sobre alambres tendidos entre caballetes de madera clavados en la tierra.
De las 1 170 haciendas existentes a principios de siglo, hoy quedan en pie cerca de 400, de las cuales la mayor parte está en ruinas y sólo ocasionalmente se oye en alguna de ellas el sonido de la desfibradora cuando la utilizan los campesinos para elaborar el soskil.
Vista de la hacienda en Cacalchén que funcionada actualmente obteniendo el soskil: Sahcabá. |
Nuestro municipio Cacalchén, ubicado en plena zona de trabajo del henequén fue testigo del crecimiento y consolidación de esta industria en las diversas haciendas que circundaban al municipio, tales como Sahcabá, San Antonio Puá, Cholul Palma, Cholul Cantón (también conocida como San José Cholul), Ayim, Mucuyché, Dziuché entre otras; haciendo énfasis que algunas de ellas geográficamente no son parte del municipio pero muchos de sus trabajadores eran de Cacalchén.Cacalchén, Yucatán, México. Agosto del 2019.
Por: México Desconocido / 23-08-2010 / (extracto del texto) / Portal web
Complementos de la nota equipo @Cacalchén y Fotos.
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